Los ataques contra Chavez
Los ataques coordinados contra Chávez son una parodia
Una revolución socialista ocurre en Venezuela. Es por eso que los neoconservadores y sus amigos buscan desacreditarla.
George Galloway LA TELEVISIÓN INGLESA mostró la escalofriante pero pocas veces transmitida película “Salvador”, de Oliver Stone. Fue un recordatorio de una época cuando para la gente de izquierda, las victorias pequeñas parecían nada al lado de unas derrotas enormes, sobre todo en América Latina, un continente entonces sinónimo de juntas militares y escuadrones de la muerte. ¡Qué distinto parece ser todo hoy! Sólo hace unos días, el vicepresidente estadounidense Dick Cheney se acercó incómodamente a la realidad de la resistencia afgana contra la ocupación extranjera. En esa misma jornada, el Presidente venezolano Hugo Chávez dio otro golpe gigantesco al sueño neoconservador de dominio estadounidense al anunciar que el Estado tomará mayor control de los campos petrolíferos de su país, los más ricos fuera de Medio Oriente. Esto es mucho más trascendental que el bienvenido acuerdo petrolero del alcalde de Londres, Ken Livingstone, con Chávez, el que permitirá que los pasajes de los buses londinenses se reduzcan en 50% mientras que Venezuela obtendrá la experticia de una cabeza de puente en la capital del virrey estadounidense en Europa. Hoy por hoy, el proveedor más importante de petróleo de Washington se encuentra en medio de una revolución social. Este mes, observé con Chávez cómo desfilaban miles de soldados, tanques franceses y británicos, helicópteros rusos y flamantes aviones de combate Mirage y Sukhoi: los soldados cantaban “patria, socialismo o muerte”, unas palabras que harían palidecer a cualquier Presidente estadounidense. Chávez contestó el saludo señalando: “La revolución bolivariana es una revolución pacífica, pero no es una revolución desarmada”. Durante la parada militar, los venezolanos tocaron el “himno” del Gobierno del Presidente Salvador Allende, ese que decía que el pueblo unido, jamás será vencido. Pero el socialismo de Chávez es harto más rojo que el de Allende, y sus enemigos parecen estar tan resolutos como aquellos que bañaron a Chile en sangre en 1973. Aunque ostenta el control absoluto de la Asamblea Nacional venezolana (la oposición boicoteó las elecciones más recientes, luego de ser derrotada en siete actos electorales sucesivos), Chávez acaba de recibir poderes legislativos especiales durante 18 meses que le permitirán implementar sus reformas pese a la oposición de la administración pública, las grandes empresas, la antiguamente todopoderosa oligarquía, sus vastos intereses mediáticos y sus amigos en la Casa Blanca. Entre estos amigos debemos incluir a nuestro propio Primer Ministro, Tony Blair, quien sólo el año pasado declaró que Venezuela estaba trasgrediendo las normas democráticas internacionales, aunque cuando lo presioné en el Parlamento no fue capaz de nombrar aquellas normas. En Caracas, la cosa está que arde. Los enormes campamentos que recubren las laderas del cerro alrededor del centro cosmopolita borbotean con cooperativas de trabajadores, reuniones de sindicatos, marchas y debates. El fondo de 18 mil millones de dólares destinado al bienestar social establecido por Chávez ya está dando frutos. La educación, la distribución de alimentos y los programas de atención primaria de salud, por primera vez, llegan a las mayorías. La gente hace fila afuera de los centros de salud venezolanos repletos de miles de médicos cubanos que atienden a una población cuya salud no tenía valor alguno para aquellos que en el pasado dominaban la inmensa riqueza del país. Chávez, un viajero frecuente a La Habana debido a su preocupación por la salud de Fidel Castro, ocupa el lugar central de una nueva América Latina que no tiene intención de ser el patio trasero de nadie. Los aliados más confiables de EEUU hoy por hoy son Colombia, agobiada por escuadrones de la muerte, Perú y México (coyuntura que se sostiene sólo por la intervención electoral). Pero las ambiciones internacionales de Chávez no sólo se restringen a un continente. El venezolano se transformó en un héroe en el mundo árabe después de retirar a su embajador de Tel Aviv en protesta por el bombardeo del Líbano por las fuerzas estadounidenses-israelíes el verano pasado y, en privado, ha prometido detener las exportaciones de petróleo a EEUU en caso de un ataque contra Irán. Todo esto representa un desafío al poder estadounidense y, si Bush no estuviese hundido en el atolladero de la guerra en Irak, Venezuela ocuparía el primer lugar en su lista de acciones. No obstante, los adherentes de Bush no se han quedado con los brazos cruzados. La mentirosa propaganda que señala que Chávez es un dictador y un abusador de los derechos humanos se está propagando de manera cada vez más urgente, impulsada por la derecha estadounidense y sus compañeros de viaje, tal como el ex izquierdista ahora transformado en neoconservador Nick Cohen, quien la semana pasada dijo a su audiencia de lectores londinenses que debido a la relación que Livingstone mantiene con Chávez está pensando votar por los conservadores en Gran Bretaña. La decisión de Chávez de no renovar la licencia a una cadena de televisión de oposición que participó en un intento de golpe -hay muchas otras- está siendo usada como la señal del comienzo de la muerte de la democracia. Es como si las diatribas que Country Life lanza contra la prohibición de la caza del zorro en Gran Bretaña constituyeran una prueba irrefutable de la existencia de un régimen totalitario en el país. El así llamado “dictador” Chávez no es, en efecto, un dictador. Ha ganado elección tras elección, confirmando su camino radical. A pesar de aquello, el temor a un golpe (tal como ocurrió en 2002 cuando fue removido y encarcelado durante tres días antes de que millones decidieran bajar al palacio presidencial para reinstaurarlo) se siente en todas partes. Un ciudadano inglés que recibió con optimismo el golpe de 2002 describiéndolo como “el derrocamiento de la demagogia” fue el entonces ministro de Relaciones Exteriores para América Latina, Denis MacShane; tras la restauración de Chávez, fue necesario emitir una humillante corrección. Ese suceso resalta la importancia de los vínculos que se están forjando entre los revolucionarios de Caracas y los opositores a la guerra en Londres. Chávez está muy consciente que el pueblo fue derrotado en Chile, que los fascistas sí pasaron en España Republicana. Al igual que en Venezuela, la defensa contra los contrarrevolucionarios yace entre los pobres y los trabajadores, quienes están dando forma al mundo que desean; asimismo, todos los que a nivel internacional quisieran ver este entusiasmo alcanzar su verdadero potencial deben acudir a apoyar a Venezuela. George Galloway es miembro del partido Respect y parlamentario por Bethnal Green and Bow (www.Georgegalloway.com)